Con ojos de niño cartógrafo contemplas ruinas perecederas, sospechas del paisaje. Una casa rota, caída a medias, descubre fotos familiares colgadas en las paredes.
El viento inclina las ramas de los arboles, las mece como si fuesen algas.
Brama y transforma el ambiente en algo casi submarino; la luz acaricia con dedos líquidos a las primeras flores.
Los perros de la vecindad se recogen, se abrazan en una bola de pelo y ojos entrecerrados.
Los pajaros están en huelga.
Con el anhelo romántico de sentir en la naturaleza un espejo de tu alma, puede que solo con temperamento atmosférico, caminas unos pasos para que te abrace el aire.
A lo lejos, cerca del mar, se distingue en el cielo el humo de la última explosión atómica.